viernes, 6 de noviembre de 2009

Nuestro Padre Jesús de las Cadenas y la Reliquia de la Santa Cruz



Exposición de la reliquia de la Santa Cruz de la Hermandad, el día de la Exaltación de la Cruz, con la incomparable talla de Nuestro Padre Jesús de las Cadenas al fondo, que parece apartar la mirada de su sino.

LOS SACRAMENTALES



Alineación a la izquierdaDentro de los actos litúrgicos podemos distinguir tres categorías: los sacramentos, la Liturgia de las horas y los sacramentales. Llamamos sacramentales a signos sagrados a modo de sacramentos pero que no han sido instituidos por Cristo sino creados por la Iglesia para preparar, acompañar y prolongar la acción de los sacramentos.

El nombre de “sacramentales” nos trae a la memoria el de “sacramentos” y manifiesta una íntima relación entre unos y otros. Los sacramentales ayudan a los hombres para que se dispongan a recibir mejor los efectos de los sacramentos, efectos que el Concilio llama principales.
¿En qué se diferencian los sacramentales de los sacramentos?Mientras los sacramentos son de institución divina, pues los ha instituido el mismo Jesucristo, los sacramentales son de institución eclesiástica, es decir, los ha creado la Iglesia. Además, en cuanto a los efectos también hay diferencias.
Los sacramentos producen la gracia
“ex opere operato”, o sea, todo sacramento obra, tiene eficacia por el hecho de ser un acto del mismo Jesucristo; no obtiene su eficacia o valor esencial ni por el fervor ni por los méritos del ministro o del sujeto que recibe el sacramento. En cambio, los sacramentales obran “ex opere operantis Ecclesiae”, es decir, que reciben su eficacia de la misión mediadora que posee la Iglesia, por la fuerza de intercesión que tiene la Iglesia ante Cristo que es su cabeza. Los sacramentales producen sus efectos por la fuerza impetratoria de la Santa Iglesia y tienen como fin que todos los actos de la vida puedan ser santificados.



Custodia del Corpus Christi de Huelva

A modo de ejemplos podemos citar como sacramentales la dedicación de iglesias, las exequias, coronaciones canónicas, exposición y bendición con el Santísimo, la profesión religiosa, el agua bendita, exorcismos, bendiciones varias, adoración de la Cruz, imposición de la ceniza, etc.
Algunos de estos sacramentales
afectan a toda la Iglesia local, por lo que se reservan al obispo, como es el caso de la dedicación de iglesias y altares. Otros los realizan los presbíteros o diáconos, e incluso algunos, como ciertas bendiciones, podemos hacerlas los laicos.
La iniciación cristiana, que se realiza sobre todo por los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la primera Eucaristía, contiene diversos sacramentales: la signación en la frente, los exorcismos, la unción con óleo de catecúmenos y crisma, y la bendición del agua. La memoria de estos sacramentos también se aviva con sacramentales como la aspersión dominical, la señal de la cruz con agua bendita y la renovación de las promesas bautismales.
A lo largo del
año cristiano realizamos también varios sacramentales muy significativos, incluidos en la celebración de los sacramentos: la bendición e imposición de cenizas, la bendición de palmas y la procesión de entrada del Domingo de Ramos, la adoración de la Cruz el Viernes Santo, la procesión y las oraciones de rogativas, la bendición y procesión con candelas el dos de febrero, las procesiones en honor de la Virgen o de los Santos o de Semana Santa.
Un sacramental muy cercano es la oración con que invocamos
la bendición de Dios sobre las personas, los edificios, las imágenes y los objetos. El libro llamado Bendicional contiene las fórmulas litúrgicas adecuadas a cada caso.

martes, 13 de octubre de 2009

Jesús Sacramentado y Jesús de Jerusalem y Buen Viaje

Via Crucis Marzo 09

LOS ESPACIOS LITÚRGICOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA


El espacio destinado a las celebraciones litúrgicas forma parte de nosotros mismos, como expresión de nuestra corporeidad; está impregnado de nuestra experiencia litúrgica, de tal forma que los lugares de la celebración son el "icono espacial" de nuestra fe y de la teología litúrgica.

El espacio celebrativo ha sido organizado y distribuido en cada época histórica de acuerdo con las necesidades litúrgicas y espirituales de la Iglesia.

Pero su importancia no es sólo funcional, sino que se basa también en su simbolismo, porque los espacios litúrgicos están al servicio del pueblo de Dios y favorecen la expresión de su fe y la celebración del misterio de nuestra redención y la presencia de Cristo. Por eso la Iglesia recomienda siempre el cuidado del espacio celebrativo en su construcción noble y bella con materiales auténticos, en su sobriedad y sencillez, en sus formas, y en su limpieza y decoro, que reflejan el amor de la Iglesia hacia su Señor.

ESPACIO BAUTISMAL

BAUTISTERIO

El bautisterio es el lugar donde está colocada la pila y donde brota el agua de la fuente bautismal. Puede estar situado en la entrada del templo (para simbolizar visiblemente la vinculación del Bautismo con la entrada en la Iglesia, familia de los hijos de Dios). También puede estar ubicado en alguna capilla dentro o fuera de la Iglesia, e incluso cerca del presbiterio, pero nunca en su plano alto, donde están situados el altar, la sede y el ambón. El bautisterio debe permitir y favorecer la participación de la asamblea, al menos del presidente de la celebración, de los padres y padrinos.

FUENTE BAUTISMAL

Donde sea posible, y solventadas las dificultades de su instalación, recupérese la piscina o fuente bautismal que permite el rito del bautismo por inmersión.

PILA BAUTISMAL

La pila bautismal, más extendida y utilizada en nuestra tradición latina actual, es propia de los bautismos por infusión.

Ha de ser única y fija. La Iglesia recomienda, incluso, que donde sea posible haya agua corriente, de forma que el agua brote como de un verdadero manantial. Como es la fuente de la vida, ha de cuidarse su ambientación para subrayar y resaltar el valor e importancia de este lugar, por ejemplo, con plantas, flores y la luminosidad, que ayudan a identificarlo con la vida. No conviene olvidar en la ambientación de este espacio lo importante que es colocar una imagen o cuadro del bautismo del Señor o la imagen de Juan Bautista, como testimonio visible del relato bíblico.

CIRIO PASCUAL

Debe estar presente en el bautisterio o al lado de la fuente bautismal; recuerda el misterio pascual de Cristo, vinculado al bautismo.

RECIPIENTE MÓVIL

No es aconsejable, a no ser en los lugares donde no haya bautisterio o pila. Si se usa un recipiente móvil ha de ser digno, noble, de material duradero y reservado únicamente para este servicio.

ESPACIO DE LA CONFIRMACIÓN

No hay un espacio propio para este sacramento, pero sí conviene recordar la importancia que tienen los recipientes de los óleos y el santo crisma, comunmente llamados "crismeras".

Por contener una materia santa y bendecida, han de cuidarse igualmente estos recipientes, que debenser de material noble, duradero, no frágil ni oxidable.

Pastoralmente es aconsejable que el pueblo cristiano pueda conocerlos y verlos en el espacio litúrgico del bautisterio y de la confirmación. Conviene guardarlos en un armario o alacena con una rejilla o puerta acristalada, que permiten su visión, y que podría instalarse en el bautisterio o en otro lugar digno del templo.

ESPACIO EUCARÍSTICO

En el espacio litúrgico de la eucaristía hay que distinguir el lugar reservado al presidente de la celebración y otros ministros, que es el presbiterio, y el lugar ocupado por el resto de la asamblea, el aula eucarística o nave de los fieles.

El presbiterio aunque está destacado por su altura o configuración, ha de ser un espacio unitario con la otra parte del aula eucarística, que es la nave de los fieles. No debe haber una tal separación con la asamblea que impida la comunicación, visibilidad y audición de todos. Su distinción no se debe a privilegio y honor, sino a la significación del ministerio. En el presbiterio se sitúa el altar, la sede presidencial y el ambón.

El aula eucarística o nave de los fieles, unida al presbiterio, se concibe como un espacio unitario, en el que no se divide o separa a la asamblea en lugares apartados y diferentes. Todos los fieles asistentes a la celebración deben poderse ver cómodamente.

La reforma litúrgica del Concilio Vaticano II no recomienda el capillismo sino el espacio unitario de toda la asamblea eucarística. Pero sí recomienda una capilla diferenciada para la reserva de la eucaristía en un sagrario de material duradero, digno y bello, que permita la reserva y adoración eucarística.

La asamblea está "unida" y "reunida" en torno al:

  • altar, que representa a Cristo Sacerdote y expresa la misión de santificar;
  • ambón, que representa a Cristo Profeta y la misión de anunciar el Evangelio y la enseñanza de la fe.
  • sede, que representa a Cristo Pastor y la misión del servicio (diaconía) de la presidencia litúrgica y de la caridad.

ALTAR

Es el ara del sacrificio de la cruz del Señor. El ara vincula la celebración eucarística al misterio pascual del Señor; por eso la presencia de las reliquias de los mártires o santos (actualmente no obligatoria) vincula el sacrificio del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, al sacrificio de Jesucristo, su Señor.

Es mesa del Señor que invita a todo su pueblo al banquete festivo de su Pascua.

Es centro de la acción de gracias de todo el pueblo, que eleva a Dios su oración invocando la bendición y suplicando la santificación.


El altar ha de ser único y fijo; no necesario que sea muy grande ni es obligatorio que tenga siempre la forma rectangular. Puede tener forma cuadrangular y proporcional al espacio eucarístico del presbiterio. La Iglesia recomienda que sea de piedra o de material noble y auténtico, y que se venere como verdadero símbolo de Cristo. Por eso conviene que aparezca libre de todo tipo de objetos sobre él, a no ser al mantel, las flores y las velas, signo de veneración y de celebración festiva.

No es nada recomendable que se aproveche su parte posterior para instalar estanterías, cables o grupos de megafonía, o para colocar sobre él todo tipo de utensilios o materiales que ofuscan su simbolismo e importancia. Nunca el altar debe confundirse o suplir a la credencia, que sigue siendo necesaria.

No es obligatorio que ocupe el centro geométrico del presbiterio y, por supuesto, no debe estar separado por verjas o cancelas, que distancian y separan el altar de la asamblea.

AMBÓN

No es un atril o facistol, como estamos acostumbrados a ver muchas veces. Es el lugar de la celebración de la Palabra. Ha de ser único, fijo, no un mueble móvil. Debe instalarse en un espacio amplio, que permita la proclamación de los textos sagrados y favorezca la presencia de los ministros, en caso de que haya procesión solemne para el Evangelio. Ha de estar cerca del pueblo para que permita una correcta audición y visibilidad.

Convendría que el libro de la Palabra estuviera siempre abierto durante y después de la celebración litúrgica, como recordatorio permanente de la Palabra de Dios en medio de su pueblo.

También puede estar adornado con flores o motivos que destaquen el sentido festivo y solemne de este lugar. Su mejor ornato es el material noble y la forma auténtica con la que esté construido. Junto al ambón ha de dejarse un espacio suficiente para colocar el cirio pascual como complemento necesario, pues es el icono espacial de la resurrección del Señor, ya que la gran noticia proclamada desde el ambón es la resurrección de Cristo en la Vigilia Pascual.

SEDE

No se trata solo de una siento funcional para el descanso del presidente. La sede tiene una especial significación simbólica, pues el presidente ocupa el lugar de Cristo.

Ha de ser única (no triple), fija, de cara al pueblo, que permita la visibilidad mutua entre el presidente y la asamblea. Nunca debe aparecer como un trono o lugar de privilegio, dominio u ostentación, sino como distinción de un ministerio de servicio en la guía y presidencia del pueblo de Dios. Junto a la sede no deben colocarse los asientos para los acólitos.

Como aspecto global y final habría que buscar siempre la armonía entre el altar, el ambón y la sede. Armonía en su estilo artístico, material y decoro.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Nuestro Sagrario y Nuestra Madre de los Dolores



Esta fotografía fue tomada en los últimos
cultos de Nuestra Señora de los Dolores
el 15 de Septiembre de 2009.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Sacramentos de iniciación cristiana




Mediante los sacramentos de la Iniciación Cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía) se ponen los fundamentos de toda vida cristiana, pues por medio de ellos se comunican los tesoros abundantes de la vida divina. Desde los tiempos apostólicos, los sacramentos de la Iniciación Cristiana, con sus etapas, son el camino válido para ser cristiano.

El Bautismo es pórtico de la vida en el espíritu, el nuevo nacimiento, el sacramento de la fe.

La Confirmación es la fuerza del Espíritu, la plenitud de la gracia bautismal, el sello y marca de identidad cristiana.

La Eucaristía es el manjar de vida eterna, el alimento que culmina la iniciación cristiana, la fuente y cumbre de la vida eclesial, el compendio de la fe.

Aunque no sea sacramento propio de la Iniciación Cristiana, se incluye la primera penitencia que se celebra antes de la primera comunión, porque explícita la misericordia de Dios, el perdón de los pecados y la reconciliación con la Iglesia.

SIGNOS Y SIMBOLOS DE LA INICIACION CRISTIANA

Una celebración sacramental está tejida de signos y de símbolos. Según la pedagogía divina de la salvación, su significación tiene su raíz en la obra de la creación y en la cultura humana, se perfila en los acontecimientos de la Antigua Alianza y se revela en plenitud en la persona y la obra de Cristo.

Signos del mundo de los hombres

En la vida humana, signos y símbolos ocupan un lugar importante. El hombre, siendo a la vez corporal y espiritual, expresa y percibe las realidades espirituales a través de los signos y símbolos para comunicarse con los demás, mediante el lenguaje, gestos y acciones. Lo mismo sucede en su relación con Dios.

Dios habla al hombre a través de la creación visible. El cosmos material se presenta a la inteligencia del hombre para que vea en él las huellas de su Creador. La Luz y la noche, el viento y el fuego, el agua y la tierra, el árbol y los frutos hablan de Dios, simbolizan a la vez su grandeza y su proximidad.

En cuanto creaturas, estas realidades sensibles pueden llegar a ser lugar de expresión de la acción de Dios que santifica a los hombres, y de la acción de los hombres que rinden su culto a Dios. Lo mismo sucede con los signos y símbolos de la vida social de los hombres: lavar y ungir, partir el pan y compartir la copa pueden expresar la presencia santificante de Dios y la gratitud del hombre hacia su Creador.

Las grandes religiones de la humanidad atestiguan, a menudo de forma impresionante, este sentido cósmico y simbólico de los ritos religiosos. La liturgia de la Iglesia presupone, integra y santifica elementos de la creación y de la cultura humana, confiriéndoles la dignidad de los signos de la gracia, de la creación nueva en Jesucristo.

Signos de la Alianza


El pueblo elegido recibe de Dios signos y símbolos distintivos que marcan su vida litúrgica: no son ya solamente celebraciones de ciclos cósmicos y de acontecimientos sociales, sino signos de la Alianza, signos de las grandes acciones de Dios en favor de su pueblo. Entre estos signos litúrgicos de la Antigua Alianza se pueden nombrar la circuncisión, la unción y consagración de reyes y sacerdotes, la imposición de manos, los sacrificios y, sobre todo, la Pascua. La Iglesia ve en estos signos una prefiguración de los sacramentos de la Nueva Alianza.

Signos asumidos por Cristo

En su predicación, el Señor Jesús se sirve con frecuencia de los signos de la creación para dar a conocer los misterios del Reino de Dios. Realiza sus curaciones o subraya su predicación por medio de signos materiales o gestos simbólicos. Da un sentido nuevo a los hechos y a los signos de la Antigua Alianza, sobre todo al Exodo y a la Pascua, porque él mismo es el sentido de todos estos signos.

Signos sacramentales

Desde Pentecostés, el Espíritu Santo realiza la santificación a través de los signos sacramentales de su Iglesia. Los sacramentos de la Iglesia no anulan, sino purifican e integran toda la riqueza de los signos y de los símbolos del cosmos y de la vida social. Aún más, cumplen los tipos y las figuras de la Antigua Alianza, significan y realizan la salvación obrada por Cristo, y prefiguran y anticipan la gloria del cielo.

Catecismo de la Iglesia Católica, no. 1145-1152

Bautismo
• Señal de la cruz en la frente
• Oleo de los catecúmenos
• Agua
• Vestidura blanca
• Luz
• Effeta

Confirmación
• Imposición de las manos
• Crismación

Eucaristía
• Pan y Vino
• Comida y Bebida


Señal de la cruz en la frente. Signación

El celebrante, los padres y los padrinos signan al niño en la frente «con la señal de Cristo Salvador». Con este signo culmina la acogida que la comunidad cristiana hace al neófito.


La signación es uno de los ritos más tradicionales de acogida. De esta manera el que es presentado queda ya orientado en la línea de aquello que vendrá a ser por el agua y el Espíritu: un cristiano. Todo esto bajo el signo de la cruz gloriosa de Jesucristo, donde está «nuestra salvación, vida y resurrección».

Desde que Jesucristo murió en ella, la Cruz se ha convertido en el símbolo primordial de los cristianos. De instrumento de tortura para ajusticiar a los malhechores pasó a ser el símbolo por excelencia de la muerte salvadora. Para San Pablo la Cruz es como el resumen de toda la obra redentora de Cristo. La Cruz ilumina toda la vida del cristiano, da esperanza y asegura la victoria. Es señal de fidelidad: hay que tomar la cruz, cada uno la suya, y seguir a Jesús.

La señal de la Cruz en la frente es un gesto sencillo, pero de hondo significado. Es una verdadera confesión de nuestra fe: Dios nos ha salvado en la Cruz de Cristo. Es como si dijéramos: «estoy bautizado, pertenezco a Cristo, él es mi Salvador». A la hora de empezar a ser cristiano, esa señal es como una marca de fe y de posesión en Cristo Salvador. Por eso, siempre que hacemos la señal de la Cruz estamos recordando de algún modo nuestro Bautismo. La Cruz de Cristo es el origen y la razón de ser de la existencia cristiana. Esta señal nos acompañará durante toda nuestra vida.

Los cristianos hacemos con frecuencia la señal de la Cruz: unas veces nosotros mismos sobre nuestras personas, otras nos la hacen como en el caso de los sacramentos, invocando a la Santísima Trinidad. La Eucaristía, por ejemplo, comienza y termina con la señal de la Cruz.

Oleo de los catecúmenos. Unción

Con el óleo de los catecúmenos se hace sobre el pecho la unción del Bautismo. «Para que el poder de Cristo Salvador os fortalezca, os ungimos con este óleo de salvación en el nombre del mismo Jesucristo, Señor nuestro». Es un gesto que recuerda a los atletas y luchadores, que ya desde antiguo se daban este masaje, preparándose para el combate y el esfuerzo.

En los primeros siglos esta unción tuvo sentido de exorcismo, de renuncia y de invocación contra todo mal. Ahora quiere transmitir la fuerza de Dios para el que empieza la vida cristiana, que probablemente será difícil. «Concede fortaleza a los catecúmenos que han de ser ungidos con él, para que, al aumentar en ellos el conocimiento de las realidades divinas y la valentía en el combate de la fe, vivan más hondamente el Evangelio de Cristo, emprendan animosos la tarea cristiana, y admitidos entre los hijos de adopción, gocen de la alegría de sentirse renacidos y de formar parte de la Iglesia». (Bendición del óleo de los catecúmenos).



"La unción, en el simbolismo bíblico y antiguo, posee numerosas significaciones: el aceite es signo de abundancia y de alegría; purifica (unción antes y después del baño) y da agilidad ( la unción de los atletas y luchadores); es signo de curación, pues suaviza las contusiones y las heridas, y el ungido irradia belleza, santidad y fuerza. Todas estas significaciones de la unción se encuentran en la vida sacramental. La unción antes del Bautismo con el óleo de los catecúmenos significa purificación y fortaleza" (Catecismo de la Iglesia Católica, no. 1293-1294).

Agua. Baño

El agua del Bautismo debe ser agua natural y limpia, para manifestar la verdad del signo y hasta por razones de higiene, dice el Ritual en la Introducción.

El bautismo no es el agua, sino el baño del agua, que toma sentido en la fe, como acción regeneradora de Jesucristo. En el fondo, el que realiza la renovación y la regeneración es el Espíritu de Jesús Resucitado. El agua es el símbolo, el signo eficaz de este misterio de vida y de gracia que Dios nos comunica en el Bautismo.

«Oh Dios, que realizas en tus sacramentos obras admirables con tu poder invisible, y de diversos modos te has servido de tu criatura el agua par significar la gracia del Bautismo... Que esta agua reciba, por el Espíritu Santo, la gracia de tu Unigénito, para que el hombre, creado a tu imagen y limpio en el Bautismo, muera al hombre viejo, y renazca, como niño, a nueva vida por el agua y el Espíritu Santo» (Bendición del agua).

El agua sacia la sed, limpia y purifica. Se ha convertido en el signo de la pureza interior del hombre. Para los israelitas lavarse las manos antes de comer o de rezar, no era sólo cuestión de higiene, sino sobre todo de purificación moral. En el Bautismo, este aspecto purificador del agua, aunque no es el más importante, está presente como signo del perdón del pecado original, en el que todos nacemos. «Dios todopoderoso,.. te pedimos que este niño, lavado del pecado original, sea templo tuyo, y que el Espíritu Santo habite en él» (Oración de exorcismo).

Jesús es el Agua viva que apaga la sed. «El que beba de esta agua no volverá a tener sed». «El que crea en mí no tendrá nunca sed». En el Bautismo los creyentes renacen del agua y del Espíritu. El agua es símbolo de fertilidad, de fecundidad, de vida. Es el tesoro más preciado, sin el agua la tierra sería un planeta muerto.

En la oración de bendición del agua del Bautismo se desarrolla una admirable catequesis del significado del agua en el misterio de la salvación. "Oh Dios,... cuyo Espíritu, en los orígenes del mundo se cernía sobre las aguas,... que incluso en las aguas torrenciales del diluvio prefiguraste el nacimiento de la nueva humanidad,... que hiciste pasar a pie enjuto por el Mar Rojo a los hijos de Abraham,... cuyo Hijo, al ser bautizado en el agua del Jordán, fue ungido por el Espíritu Santo... Mira, ahora, a tu Iglesia en oración, y abre para ella la fuente del Bautismo...»

El Bautismo de Jesús en el Jordán es el prototipo de nuestro Bautismo. Hay dos formas de realizar el gesto del baño del agua: por infusión, echando el agua sobre la cabeza del bautizando, o por inmersión, sumergiendo al bautizando en el agua. Ambas formas son legítimas. Etimológicamente «bautismo» significa «sumergirse».

El sacramento del Bautismo significa el nuevo nacimiento, la incorporación a Cristo en el misterio de su Muerte y Resurrección. «¿Es que no sabéis que los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo, fuimos incorporados a su muerte?. Por el bautismo fuimos sepultados con él, en la muerte, para que así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm 6,3-4). Este misterio de incorporación a la Pascua de Cristo queda mejor expresado simbólicamente por el gesto de inmersión, y por eso lo subraya el Ritual, aunque de hecho, por razones prácticas, apenas se utiliza.

Antiguamente se consideraba «entrar en el agua» como símbolo de «entrar en la nueva vida con Cristo». La infusión de agua por tres veces sobre la cabeza expresa más bien la purificación que el agua realiza.

En la Vigilia pascual somos asperjados con el agua bautismal, después de renovar las promesas de nuestro Bautismo. Así recordamos que fuimos incorporados a la Pascua de Cristo, el paso de la muerte a la vida.

Vestidura Blanca. Imposición

Los vestidos, además de su función protectora y estética, pueden tener una intención simbólica. El presidente y los ministros de la celebración se revisten de modo simbólico para su ministerio. Contribuyen al decoro y estética de la celebración, y ayudan a comprender el misterio que se celebra.

Después de la unción con el crisma, el padrino o la madrina impone al neófito la vestidura blanca. Es claro el simbolismo de este vestido . En los primeros siglos el recién bautizado lo conservaba puesto desde la Vigilia pascual, en que se celebraba el bautismo, hasta el domingo siguiente, llamado «Dominica in albis», o de la deposición de las vestiduras.

«N., eres ya nueva criatura y has sido revestido de Cristo. Esta vestidura blanca sea signo de tu dignidad de cristiano. Ayudado por la palabra y el ejemplo de los tuyos, consérvala sin mancha hasta la vida eterna». El vestido blanco quiere ayudar a comprender en profundidad lo que sucede en el Bautismo: convertirse en nueva creatura, revestirse de Cristo.

Originariamente la octava de Pascua fue concebida como una octava del Bautismo, para asegurar a los neófitos una catequesis postbautismal y orar por los nuevos miembros de la Iglesia. Este aspecto aparece destacado también actualmente en algunas antífonas y oraciones de la Misa. «Como niño recién nacido, ansiad la leche auténtica, no adulterada, para crecer con ella sanos». «Acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para que comprendamos mejor la inestable riqueza del bautismo que nos ha purificado».

Luz. Vela encendida en el cirio pascual.

En nuestra civilización de la luz artificial, la luz de unas velas, aunque no hicieran falta para ver, y aunque sólo fueran de adorno, puede significar muy expresivamente la fiesta, la atención, el respeto, la oración, la presencia de lo invisible, la felicidad, el paso a una nueva existencia iluminada por Cristo.


En la Vigilia pascual celebramos con el simbolismo de la luz la resurrección de Cristo y nuestro paso de las tinieblas del pecado a la vida en Cristo. En la celebración del Bautismo durante todo el año se enciende el cirio pascual como recuerdo gráfico de que al ser bautizados participamos en la Pascua del Señor.

El padre o el padrino enciende la vela en el cirio pascual, que le muestra al neófito, mientras el celebrante dice: «Recibid la luz de Cristo. A vosotros, padres y padrinos, se os confía acrecentar esta luz. Que vuestro hijo, iluminado por Cristo, camine siempre como hijo de la luz. Y perseverando en la fe, pueda salir con todos los santos al encuentro del Señor» (Bautismo de niños). «Has sido transformado en luz de Cristo. Camina siempre como hijo de la luz, a fin de que perseveres en la fe y puedas salir al encuentro del Señor cuando venga con todos los santos en la gloria celeste» (Bautismo de adultos).

En los primeros siglos se hablaba del Bautismo como de una «Iluminación». La vida nueva que el Espíritu dio a Cristo en la Resurrección (cirio pascual) se transmite ahora a cada uno de los bautizados (cirio personal).

En la Vigilia pascual todos los años encendemos nuestro cirio en el cirio pascual, que lo mantendremos encendido durante la renovación de las promesas de nuestro Bautismo y la profesión de fe. «Por el misterio pascual hemos sido sepultados con Cristo en el Bautismo, para que vivamos una vida nueva» (Monición para la renovación de las promesas bautismales).

"Effeta" ("Abríos"). Tocar los oídos y la boca.

Si al celebrante le parece oportuno, después de la entrega del cirio, puede añadir el rito del «effeta». Tocando con el dedo pulgar los oídos y la boca del niño, dice: «El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los modos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre. Amén».

La salvación que ofreció Jesús era una salvación total, espiritual y corporal a la vez. Y lo manifestaba continuamente con gestos visibles. Al sordomudo del evangelio, «le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua, diciendo: «effeta, ábrete». Ese «tocar» de Jesús es como la mano de Dios, que por medio de Cristo, sana, bendice, protege, comunica vida, perdona, da seguridad.

La Iglesia, en sus sacramentos, continúa esa acción de Jesús con el mismo lenguaje y sentido de cercanía espiritual y corporal.

Además, el rito del «effeta» tiene el sentido que se desprende de las palabras que le acompañan, de «escuchar la Palabra» y «proclamar la fe». Para ello se le hace el gesto de abrir el oído y la boca, como Jesús «hizo oír a los sordos y hablar a los mudos».

El cristiano, desde su bautismo, es apto para escuchar la Palabra de Dios, y es deber suyo proclamarla. La Iglesia se edifica y crece escuchando la Palabra de Dios. La comunidad cristiana, ante todo, escucha esa Palabra de Dios, dejándose evangelizar por ella. Luego, la predica a la humanidad, dando testimonio de ella. De esta manera, la comunidad evangelizada, se convierte al mismo tiempo en evangelizadora. De creyente, en testigo misionero.

Y el cristiano celebra esta Palabra en la liturgia, dejándose iluminar y alimentar continuamente por ella. A la proclamación de la Palabra la comunidad cristiana responde con una audición llena de fe, dejándose interpelar por el Dios que le hablay traducir lo que ha escuchado en la realidad de la vida diaria. Y todo ello, «para alabanza y gloria de Dios Padre».

CONFIRMACION

Imposición de las manos sobre los confirmados

La imposición de las manos es uno de los gestos más repetidos en la Biblia y en la liturgia sacramental cristiana para significar la transmisión de poderes, la bendición, el perdón o la identificación de una persona. Su sentido queda concretado por las palabras que acompañan al signo en cada caso. «Yo te absuelvo de tus pecados» en el Sacramento de la Penitencia. «Te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor», en la Plegaria Eucarística. «... Escucha nuestra oración y envía sobre ellos el Espíritu Santo Paráclito», en el sacramento de la Confirmación.

Jesús bendice, cura y perdona con el expresivo gesto de la imposición de los manos. La comunidad cristiana lo utiliza para transmitir el Espíritu Santo sobre los bautizados.

En el sacramento de la Confirmación, por la imposición de las manos sobre los confirmandos, hecha por el Obispo y, en su caso, por aquellos sacerdotes que van a ayudar al Obispo en la administración de la confirmación, se actualiza el gesto bíblico, con el que se invoca el don del Espíritu Santo. En la oración que acompaña a esta primera imposición de las manos se pide a «Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo» para estos confirmandos «que regeneraste por el agua y el Espíritu Santo» (alusión al Bautismo) el Espíritu Santo Paráclito, con el espíritu de sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad, y finalmente, «cólmalos del espíritu de tu santo temor». Y la segunda imposición de la mano se hace con la unción del crisma.

Unas manos extendidas hacia una persona y unas palabras que oran. Las manos elevadas, apuntando al don divino, y a la vez mantenidas sobre una persona, expresando la aplicación y atribución del don divino a estas criaturas. Por una parte, invocamos humildemente la fuerza de Dios, de quien dependemos, la fuerza del Espíritu Santo. Por otra parte, nos damos cuenta de que los dones de Dios nos vienen en la Iglesia y por la Iglesia.

La Iglesia es siempre el lugar donde florece el Espíritu. La mano poderosa de Dios que bendice, consagra o inviste de autoridad, es representada sacramentalmente por la mano del ministro de la Iglesia, extendida con humildad y confianza en este caso sobre los confirmandos. Cuando el ministro realiza este gesto simbólico de la imposición de las manos, se convierte en instrumento de la transmisión misteriosa de la salvación de Dios. Y cuando los confirmandos ven realizada sobre ellos esta acción simbólica, además de alegrarse se sienten interpelados, porque se están asegurando la cercanía de Dios, y que el Espíritu Santo sigue actuando en todo momento como «Señor y dador de vida».

Crisma. Crismación.

El crisma es un ungüento aromático, mezcla de aceite y bálsamo oloroso, con el que se unge o se da masaje.

En el Antiguo Testamento se empleaba la unción para expresar la fuerza que Dios comunicaba a las personas que empezaban una misión para su pueblo: los reyes, como David, los sacerdotes, como Aarón, los profetas, como Eliseo El auténtico Ungido es Jesús de Nazaret. El ha recibido la misión de Mesías, y por eso recibe la unción del Espíritu Santo. Después, los creyentes en Cristo recibimos también la unción del Espíritu.

El crisma lo consagra el Obispo rodeado de su presbiterio en la Misa crismal. "Te pedimos, Señor, que te dignas santificar con tu bendición este óleo y que, con la cooperación de Cristo, tu Hijo, de cuyonombre le viene a este óleo el nombre de crisma, infundas en él la fuerza del Espíritu Santo con la que ungiste a sacerdotes, reyes, profetas y mártires y hagas que este crisma sea sacramento de la plenitud de la vida cristiana para todos los que van a ser renovados por el baño espiritual del bautismo. Haz que los consagrados por esta unción, libres del pecado en que nacieron, y convertidos en templo de tu divina presencia, exhalen el perfume de una vida santa; que, fieles al sentido de la unción, vivan según su condición de reyes, sacerdotes y profetas, y que este óleo sea para cuantos renazcan del agua y del Espíritu Santo, crisma de salvación y les haga partícipes de la vida eterna y herederos de la gloria celestial.

En la celebración del Bautismo, después de la inmersión o efusión del agua, el celebrante unge con el crisma la coronilla del bautizado, significando su incorporación al sacerdocio de Cristo. «Dios todopoderoso,... te consagre con el crisma de la salvación para que entres a formar parte de su pueblo y seas para siempre miembro de Cristo, sacerdote, profeta y rey».

El sacramento de la Confirmación se confiere mediante la unción del crisma en la frente, que se hace con la imposición de la mano, y mediante las palabras «Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo». En Oriente este sacramento se llama «Crismación».

"La unción del santo crisma despuÈs del Bautismo, en la Confirmación y en la Ordenación, es el signo de la consagración. Por la Confirmación, los cristianos, es decir, los que son ungidos, participan más plenamente en la misión de Jesucristo y en la plenitud del Espíritu Santo que éste posee, a fin de que toda su vida desprenda «el buen olor de Cristo». Por medio de esta unción, el confirmando recibe «la marca», el sello del Espíritu Santo. El sello es el símbolo de la persona, signo de su autoridad, de su propiedad sobre un objeto, por eso se marcaba a los soldados con el sello de su jefe y a los esclavos con el de su señor. Autentifica un acto jurídico o un documento y lo hace, si es preciso, secreto. Cristo se declara marcado con el sello de su Padre. El cristiano también está marcado con un sello: «Y es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones» ( 2 Co 1,22). Este sello del Espíritu, marca de la pertenencia total a Cristo, la puesta a su servicio para siempre, indica también la promesa de la protección divina en la prueba escatológica» (Catecismo de la Iglesia Católica, no. 1294-1296).

«Ser crismado es lo mismo que ser crista, ser mesías, ser ungido. Y ser mesías y ser crista comporta la misma misión que el Señor: dar testimonio de la verdad y ser, por el buen olor de las buenas obras, fermento de santidad en el mundo» (Monición antes de la crismación).

EUCARISTÍA



Pan y Vino. "Este es mi Cuerpo". "Esta es mi sangre"

La Iglesia, siguiendo el ejemplo de Cristo, ha usado siempre, para celebrar el banquete del Señor, el pan y el vino mezclado con agua. El pan para la celebración de la Eucaristía debe ser de trigo, según la tradición de toda la Iglesia; ázimo, según la tradición de la Iglesia latina. El vino natural y puro, sin mezclas de sustancias extrañas.

«En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la Iglesia continúa haciendo memoria de él, hasta su retorno glorioso, lo que él hizo la víspera de su pasión: «Tomó pan...», «tomó el cáliz lleno de vino...». Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también la bondad de la creación. Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por el pan y el vino, fruto «del trabajo del hombre», pero antes, «fruto de la tierra» y «de la vid», dones del Creador. La Iglesia ve en el gesto de Melquisedec, rey y sacerdote, «que of reció pan y vino» una prefiguración de su propia of renda» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1333).

El pan es símbolo básico de la humanidad. Satisface el hambre, da fortaleza, y es símbolo de la misma vida. Para los cristianos el pan es uno de los mejores símbolos para comprender a Jesús, que se definió a sí mismo: «Yo soy el pan de la vida». Y en la última Cena estableció el pan como signo sacramental de su donación eucarística a los suyos. El mismo ha querido hacerse pan para ser alimento sobrenatural de los creyentes. En el primer siglo la Eucaristía se llamó «fracción del pan».

El vino es la bebida festiva por excelencia. Humanamente el vino habla de amistad y de comunión con los demás, crea alegría, infunde inspiración. Ya en el Antiguo Testamento, refiriéndose a los tiempos mesiánicos se hablaba de «un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos».

La varias copas de vino de la cena pascual judía expresaban la alegría festiva de su Alianza con Dios. En Caná, el vino nuevo, reservado para el final, simboliza claramente los tiempos mesiánicos inaugurados ya por Cristo. El se presentó a sí mismo como «Yo soy la vid verdadora». Y en la última Cena pronunció por vez primera las palabras que hoy se repiten en todas las eucaristías: «Tomad y bebed todos de él, porque es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados».

El vino, apuntando a la Sangre de Cristo, nos pone en comunión con el sacrificio pascual de Cristo en la cruz, a la vez que nos hace pregustar anticipadamente la alegría escatológica del Reino. «Os digo que no beberé del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre.

El Señor glorioso se identifica con el pan y el vino para darse él mismo como alimento y bebida. No eligió cualquier bebida, como podía haber sido el agua, la bebida más ordinaria, sino el vino, lleno de vitalidad y de fuerza. Es un magnífico símbolo de la vida y de la alegría que él nos quiere comunicar, y de su sacrificio en la cruz.

Se recomienda que se consagre pan nuevo en cada misa para los comulgantes, «para que incluso por los signos, se manifieste mejor la comunión como participación del sacrificio que en aquel momento se celebra». También se recomienda comulgar bajo las dos especies: «la comunión tiene una expresión más plena por razón del signo cuando se hace bajo las dos especies».

Comida y Bebida. Comer y Beber.

Comer y beber son los gestos centrales de la Eucaristía. La comida y la bebida con otros, en comunidad, del pan y del vino, que se convierten en el Cuerpo y la Sangre del Señor Resucitado, es el gesto simbólico que más ayuda a entender la Eucaristía, que además de signo de unidad fraterna reconciliada y festiva, en ella se nos da el mismo Cristo como comida y bebida para el camino.

Si el Antiguo Testamento comienza con el «no comáis», en el Nuevo Testamento se escucha el encargo de «tomad y comed. Si entonces la consecuencia sería «el día que comieras de él, morirás», ahora la promesa es lo contrario: «el que come de este pan vivirá para siempre».

El comer, humanamente, tiene el valor de alimento y reparación de las fuerzas. Pero a la vez se come como fruto del propio trabajo, se come en familia, con los amigos, en clima de fraternidad, con sentido de fiesta. En el contexto de la Eucaristía, es el «viático», el alimento para nuestro camino.

Beber no sólo apunta a la satisfacción de la sed, sino que se entiende fácilmente en sentido simbólico, porque además de la sed física, se puede tener sed de felicidad, de amor, de sabiduría.

«Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, "vivificada por el Espíritu Santo y vivificante», conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentada por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dado como viático» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1392).

Además de unirnos con Cristo, el pan de la Eucaristía construye la comunidad. "La Eucaristía hace la Iglesia". Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya en el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solocuerpo. La Eucaristía realiza esta llamada: "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo?, y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, somos un solopan y un solocuerpo, pues todos participamos de un solopan» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1396).

Con el simbolismo de la comida, Cristo expresó durante su vida terrena el perdón, la alegría del reencuentro, la fiesta, la plenitud y felicidad del reino futuro. El padre bueno acoge al hijo pródigo a su vuelta con una buena comida. Es expresiva la presencia de Jesús en comidas en casas como la de Zaqueo, de Mateo, del fariseo, de Lázaro. Lo mismo que las comidas de Jesús con sus discípulos antes y después de la Pascua.

"Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para dar de comer a la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de la Eucaristía. El signo del agua convertida en vino en las Bodas de Caná anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo convertido en Sangre de Cristo" (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1135).

BIBLIOGRAFIA

  • José Aldazábal. Gestos y Símbolos. Centre de Pastoral Litúrgica. Dossiers CPL 40. Barcelona, 1989.
  • José Aldazábal. Vocabulario Básico de Liturgia. Centre de Pastoral Litúrgica. Biblioteca litúrgica 3. Barcelona, 1994
  • Domenico Sartore. Nuevo Diccionario de liturgia. Voz: Signo/Símbolo, pp.1909-1920. Ediciones Paulinas. Madrid, 1987, pp. 1909-1920
  • Aimé-Georges Martimort. La Iglesia en oración. Introducción a la liturgia. Capítulo IV. Los signos. Editorial Herder. Barcelona, 1987, pp. 195-238
  • Dionisio Borobio. La celebración en la Iglesia I. 20. El hombre y los Sacramentos: carácter simbólico y enraizamiento antropológico de los sacramentos. Ediciones Sígueme. Salamanca 1987, pp. 409-471
  • Julián López. La liturgia de la Iglesia. Capítulo XII. El simbolismo litúrgico. BAC. Madrid, 1994, pp. 141-151
  • J.A. Abad - M. Garrido. Iniciación a la liturgia de la Iglesia. Capítulo III. El signo litúrgico. Ediciones Palabra. Madrid, 1988, pp. 59-73

miércoles, 12 de agosto de 2009

Mi trigésimo aniversario


Hoy 11 de Agosto de 2009 conmemoro el 30º aniversario de mi Primera Comunión, que fue celebrada en la Capilla del Monasterio de La Rábida por D. Ildefonso Fernández Caballero.
Es una fecha digna de recordar para todo cristiano, celebrar cuando se recibe a Jesús Sacramentado por vez primera.
Os invito a que recordeis en familia dicha fecha, y a orar en agradecimiento al Santísimo por ello.
Un saludo y que celebremos el sexagésimo aniversario juntos.

sábado, 8 de agosto de 2009

Monumento Semana Santa 2009


De izquierda a derecha: D. José Mª Bartolotti Pinto, Dña. Mª de los Ángeles González del Corral Oporto, D. Daniel Valera Hidalgo (nuestro Director Espiritual) y D. Pedro Herves Millán.
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jueves, 6 de agosto de 2009

Apunte Histórico de la Eucaristía


1.- La Eucaristía como"Sacramento permanente".

La Eucaristía es denominada el "sacramento permanente" en cuanto los elementos del pan y el vino permanecen-según San Justino- "eucaristizados". Este pan eucaristizado, reservado tras la celebración del Santo Sacrificio, es el Santísimo Sacramento, Misterio Eucarístico y presencia real de Cristo crucificado y resucitado.
Misterio Eucarístico es la expresión que emplean los documentos del Magisterio del Concilio Vaticano II, con el que se refieren a la Eucaristía en toda su integridad: es decir la continuidad entre el momento celebrativo- la Santa Misa- y el contemplativo -el culto eucarístico fuera de ella. "La adoración de la presencia eucarística, es simultáneamente introducción a la celebración y fruto de la misma"(1). El Santísimo Sacramento reservado en el sagrario es un tetimonio de que allí se ha celebrado el Memorial del Señor. De ahí que el culto de adoración a la Eucaristía fuera de la Misa haya que comprenderlo en el conjunto de todo el "Misterio Eucarístico"(2).






2.- Apunte Histórico

La presencia del Cuerpo y Sangre de Cristo en la Eucaristía, fue enunciado por Jesucristo, testimoniado por los Evangelios y San Pablo, transmitido en el periodo Patrístico y acogido en la tradición de la Iglesia como verdad de fe, pese a muchas dudas que cesaron tras el cocilio de Trento. Pero la concepción de la celebración eucarística de los primeros siglos difiere mucho de la que en la actualidad disfrutamos, pese a que la verdad fue, es y será. ¿Cómo y por qué se modifican las fórmulas y forma de la celebración?
Remontándonos a la primera Eucaristía, observamos que su finalidad no es la adoración del Santísimo Sacramento ni la conservación de las sagradas especies tras la celebración, si bien tampoco se puede decir que dicha adoración sea el eje central de Cristianismo, en cuanto a expresión de Amor de la Iglesia hacia Cristo. Su trascendencia radica en que como "Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental", para "que tuviéramos el memorial del amor con el que nos había amado hasta el fin"(3).
Durante los primeros siglos, la Eucaristía era adorada públicamente, pero sólo durante el tiempo de la Misa. La conservación de la Hostia sagrada estaba prevista para llevar la Comunión a los enfermos y ausentes.
Progresivamente va apareciendo la necesidad del culto a la presencia de Cristo; en oriente se guardan las especies en anexos a los santuarios llamados sacrarium, responsabilidad de los diáconos. En occidente, el templo se convierte en una casa para la oración a parte de para la liturgia y, al no existir sagrarios como tales sus oraciones se volvían hacia el altar, símbolo del sacrificio del Señor. Tras la Regla monástica de San Fructuoso de Braga, en la Iglesia occidental se potencia la necesidad de intimar con Jesucristo, de una búsqueda de la Humanidad Santísima del Salvador, que desempeñó un papel fundamental en la evolucion del culto eucarístico, en el cual la alabanza y oración se dirige a Dios a través de su Hijo (4) . En oriente, satisfacen la necesidad de adorar la presencia de Cristo por medio de los iconos.
La evolución del culto eucarístico, seguido en occidente, se ve decisivamente influenciada por los errores de Berengario de Tours, que interpretó de una forma simbólica, y no real, la presencia de Cristo en el altar, lo que le valió que en los diez siguientes años, se celebraran una docena de concilios para penarle e imponerle profesiones de fe.(5)
Pero ya los monjes del cluny habían dado un paso más, y comenzaron a reservar las especies consagradas y a encender una luz cerca el lugar dónde se conservaban. En el siglo IX la cajita-capsa- que contenía la Hostia Sagrada comenzó a colocarse en el altar, con lo que comenzaron a cuidarse las formas y de capsa se pasó a cofres, torres y palomas eucarísticas-columbarium, cofres suspendidos tras el altar y por encima del mismo- y a partir del concilio IV de Letrán (1215), se exige que la Eucaristía quede guardada bajo llave para evitar profanaciones.(6)
Tras el concilio de Trento a mediados del s. XVI, se impuso el colocar la reserva en la parte central del altar (movimiento impulsado por el obispo Matteo Giberti y San Carlos Borromeo).(7) Esta nueva disposición se extendió rápidamente, pero en aquellos templos grandes e importantes quedaba relegada a una capila absidial o lateral. Es el Barroco el que retoma la importancia de la reserva, trasladando los sagrarios al altar mayor, para así posibilitar las adoraciones prolongadas de los fieles, costumbre que no se extendió hasta mediados del s. XIX.
A modo de apuntes, relaciono otros aspectos relacionados con la Eucaristía celebrativa y contemplativa a lo largo de la historia: (8)

- s. XII: se introduce en el rito de la Misa la elevación de la Hostia consagrada.
- s. XIII: se acrecienta la afluencia popular a las procesiones del Corpus Christi.
- s. XIV: se consolida el uso del ostensorio en la exposición de la sagrada Hostia.
- s. XV: el Santísimo es expuesto durante la recitación de las Horas Canónigas.
- s. XVI: se afirma la práctica de las "Cuarenta Horas"(en memoria de las 40 horas que pasó el Señor en el sepulcro).
- s. XVII: se erige un tabernáculo sobre el Altar Mayor




Elevación de las especies consagradas por el Exmo. y
Rvdmo. Sr. D. José, Obispo de la Diócesis de Huelva
en los Oficios del Jueves Santo 2009



3.- Adoración y Contemplación Eucarísticas.

"La oración ante la Eucaristía, reservada o expuesta solemnemente, es el acto de fe más sencillo y auténtico en la presencia del Señor resucitado en medio de su pueblo. Es el reconocimiento del señorío de Cristo en la historia bajo el velo material de las especies (...) . Es la fe hecha adoración y silencio (...).
Es ahí donde el discípulo bebe del celo del Maestro por la salvación del hombre; donde declina sus juicios para aceptar la sabiduría de la Cruz; donde desconfía de sí para someterse a la enseñanza de quien es la verdad; donde somete al querer del Señor lo que conviene o no hacer en su Iglesia; donde examina sus fracasos, recompone sus fuerzas y aprende a morir para que otros vivan. Adorar al Señor es reconocer que ni el que planta es algo ni el que riega, si no Dios que hace crecer (...) que al enviar a su Hijo al mundo nos dio al Apóstol y Sacerdote de nuestra fe"
Cardenal Rouco Varela.

Bibliografía
1.- Comité para el Jubileo del año 2000. Eucaristía, sacramentp de vida nueva, Madrid 1999.
2.- F. MARIA AROCENA. Contemplar la Eucaristía. Ediciones Rialp S.A., Madrid 2000. p. 24.
3.- Catecismo de la Iglesia Católica, 1380.
4.- El II Sínodo de Hipona (397) en presencia de San Agustin, había dispuesto en el canon 21:"Cuando se está en el altar, la oración se dirija siempre a Dios Padre".
5.- Para Berengario de Tours, Cristo se halla en el altar como un signo o un símbolo, pero no en su realidad y verdad. (cfr. DS 690 y 700).
6.- MANSI, 22, 1007. Ya en el s. XIII, Eudes de Sully, Obispo de París, había prescrito: "El Santísimo Cuerpo de Cristo debe custodiarse con sumo cuidado y honestidad en la parte más noble del altar, bajo llave si es posible"(Cfr. Estatutos sinodales de París nº 21, ed. O. Pontal, Les Statuts synodaux francaise du XIII siecle, Bibl. Nationale, París 1971 p. 60). En la actualidad, el canon 938, 5 del CIC(1983) prescribe: "Quien cuida de la Iglesia u oratorio ha de proveer a que se guarde con la mayor diligencia la llave del sagrario en el que esta reservada la Santísima Eucaristía".
7.- Cfr. G, MUSANTE, De tabernaculo eiusque ornatu, en "Ephemerides Liturgicae", 70 (1956) p. 256.
8.- F. MARIA AROCENA, Contemplar la Eucaristía, ed Rialp, Madrid, 2000. p. 30.